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17 de agosto de 2010
Pág. 286
Tal vez la primera incitación a tan ardua empresa /la demostración de la existencia de Marsella/ nos vino del hecho de que todos los viajeros que parten de París por la autopista vulgarmente llamada «del sur», lo hacen en el supuesto de que al término de su viaje serán depositados por dicha autopista en la entrada de Marsella. Este supuesto, apoyado por mapas y otros medios de conocimiento, no resiste al menor análisis serio, pues si bien París es un elemento conocido y comprobable puesto que allí los viajeros ponen en marcha sus autos y los propulsan hacia uno de los accesos a la autopista, el extremo opuesto de ésta se sitúa a más de ochocientos kilómetros, lo que excluye toda aprehensión empírica de la existencia de la ciudad de Marsella, que sólo puede ser retenida como un dato teórico suministrado por la educación primaria, Fernandel, las tarjetas postales de alguna tía en vacaciones, la personalidad de Gastón Defferre y otros elementos que la ciencia sólo puede aceptar como hipótesis de trabajo y siempre, tengamos la honradez de decirlo, «cum grano salis». (Cortázar/Dunlop, Los autonautas de la cosmopista).
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