Un bloguero malicioso está escribiendo acerca de un autor español, uno que se dice heterodoxo. La razón para ocuparse de él es una conferencia que dio este escritor famoso (famoso a su pesar, naturalmente). El bloguero deja caer los elogios: renovación de la crítica y la historia literaria, abriendo sendas nuevas aparte del canon casticista, recuperación de nombres, etc. De repente, se acuerda de un detalle, y nosotros entendemos el sarcasmo homicida del elogio: este autor, en cuanto creador, jamás ha tenido talento. Las palabras de su obra de creación han nacido ya muertas, y de la muerte inicial nada podrá librarlas. No es cuestión de contemporaneidad o no contemporaneidad: los maestros antiguos siguen hablando un lenguaje vivo (La celestina). Él escribe en una lengua muerta ex ovo.
Todo esto me resulta inquietante. No sabemos, en efecto, cuál es el carácter del creador, cuáles sus cualidades (el carácter realmente no importa; sino el milagro de la obra, que puede ser única y no la que él quería: ¿el Quijote v. gr.?).
La esterilidad de un Diario, sí. Aquí no hay obra. No se pide, se acepta lo que venga. Yo no tengo miedo de las palabras del bloguero. Yo tengo miedo de un reloj de arena. Autoficción.
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