Sobre cualquier cuestión, uno puede hilar los argumentos más sutiles y razonables, las reflexiones más profundas, pero difícilmente será escuchado. La inteligencia no es un reclamo atrayente; su verdad no cautiva unanimidades. Para poder recibir una atención seria, si alguien pretende atraerse una respetabilidad, hay que sustituir el argumento por un puñetazo sobre la mesa, en sus formas literal y metafórica. Todas las causas exitosas, de antaño y de ahora, han entendido perfectamente este mecanismo: la violencia atrae los focos y dispara los discursos compresivos. Las razones vienen después, no antes del estallido.
Sobre todo (la fascinación) para un pensamiento rebelde. El mío se ha vuelto hobbesiano. Yo no sé si cerraría la puerta de la cárcel y tiraría la llave. A veces se piensa.
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