9 de agosto de 2010

Ortoteoría

Acerca de nuestros actos, el mirador adecuado se construye en el tiempo, con su transcurrir /el tiempo constituye el mirador adecuado/. Bastante para alejar el patetismo de nuestros ojos (las lágrimas se secan con los años). La escritura representa uno de esos actos, el más puro quizás. Aquí tampoco cabe la misericordia: solíamos comportarnos como esos corresponsales o testigos de provincias, que se empeñan en hacerles saber a los de ciudad aquí también podemos, y que así acaban escribiendo barroco y de plomo. Aunque no hay que excederse: el texto no tiene por qué sobrepasar el nivel de la epístola, del género que construye verdad, que no intenta prima facie engañar al otro.

Por otro lado: enfrentados a nuestras acciones igual que si se tratara del texto no escrito de un sujeto, lo que tiene que llenarnos de sorpresa es la magnitud de nuestra ausencia. ¿Estuvimos allí? Debemos dudarlo, ya que lo hemos olvidado. Nuestro prestigio pretendido quiere nuestra ausencia. De ese modo permanecemos X puras sin máculas. No necesitamos dar fe (¿lo necesitamos?) de que hemos leído a Kant en noches largas y juveniles, que conocemos que del sujeto se tiene que borrar cualquier traza de experiencia si es que desea seguir funcionando. Nuestro pecado consiste en eso mismo, en seguir creyendo en él de mayores (en Kant), en habernos mostrado incapaces de concretar, de in-corporar la X.

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