Tras los visillos de las ventanas de las casas que no están en el piso principal, una estampa española de siempre, pues así lo tengo yo en mi recuerdo y en la imagen de los recuerdos de los otros, nos concede a los mirones del instante la contemplación de la doméstica figura del cortejador envejecido y seguro de su plaza, sentado en el sofá con la pantalla del televisor delante, y a ella en la cocina y sus fogones, vestida de tal y quizás maldiciendo la suerte, si por acaso no ha perdido todavía del todo en su memoria la idea de que el mundo consiste en posibilidades.
Esto en las casas que no son del principal, naturalmente, porque en las que lo son una chacha de cofia y plumero reglamentarios da el debido tono de simétrica ociosidad a los contrayentes antañones. Así que los dos pueden compartir su amor legalizado y pulcro mirando juntamente el aparato. (Aparte de que en estas casas las cortinas suelen ser más gordas y no me dejan mirar.)
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