La de los s. h. que obtienen la felicidad, pagando, en los grandes centros comerciales. De la euforia aromatizada salen a la calle, como quien entra en las alcantarillas y se encuentra con ratas.
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Un niño puede aún sorprenderse de la presencia solícita -normalmente educada; si no, harían otra casa- de los mendigos en las calles. Sorprenderse también de las reacciones de los adultos, nosotros, que nos hemos encanallado y convertido en racionalizacionalistas puros.
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Cuando me despego de mi miseria, entrego mis monedas. Escribo.
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