6 de septiembre de 2008

Las cosas de la vida

Hay gestos (actos, omisiones), no tan mínimos como se quisiera, que delatan. Si no corresponden a estupidez, lo que es por otra parte flaco consuelo, implican culpabilidad sin excusas. O lo peor: las dos cosas juntitas, la tontería y la culpa.

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Madrid de Magritte, o De Chirico.

Habito ergo sum.

Superpoblados no-lugares, o los pequineses y las pequinesas.

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Yo es que el absurdo lo amo. Si no, ¿ de qué iba a existir la vida o íbamos a pensar en Dios, que existe o que no?

Ahora bien, que yo ame el absurdo no dice nada de la la verdad práctica, sino de mi estrafalaria forma de ser.

¿Por qué somos incapaces los españoles de ponernos de acuerdo acerca de la posibilidad y necesidad de una ética civil, que no manipule? ¿Por qué los fraudes de ley? Nos merecemos ser lo que somos: un imperio que sigue en decadencia después de muerto y de toda la miseria del siglo pasado.

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Muñoz Molina on Memory.

Navarro on Pavese.

On Pennac: esto y esto otro:

De hecho, abomino de los cálidos sentimientos de comprensión: los seres humanos necesitan justicia, no del calor que les comprenda---

Y cuando se dice de la tendencia a culpar a otro, no se dice que alguien pudo iniciar la maniobra cargando la culpa en otro: inventando su irresponsabilidad---

A esto nos han llevado las pseudociencias sociales, a la negación del albedrío: negación de la propia dignidad que es divina porque es libre---

(Aunque la entrevista de Martí es informativamente útil.)

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El que piensa distinto, el otro en sus ideas, el adversario ideológico, el enemigo, el otro, el ninguno: mentiroso e hipócrita.

Así decimos y así nos va. Aparta, Señor, de nosotros este cáliz de mediocridad malvada---

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