27 de septiembre de 2008

A otra cosa

¿Otra cosa?

Humildad: no designa, no tiene que designar, un empequeñecimiento para que otros lo vean; designa lo obligado tras el desastre, una reducción esencial.

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Culpable el cuerpo, o quizás no. Si el mal pertenece a la esencia (si la expulsión del jardín traduce narrativamente una definición eterna) entonces el cuerpo no puede librarse de la condena, aunque no sea su raíz. No es el cuerpo el culpable verdadera, sino que la vergüenza en el alma a él alcanza.

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Las últimas anotaciones del Oficio de Pavese (de vivir y de difuntos el Officium), a partir de marzo de 1950, nos tienen que parecer terribles: el lenguaje no acierta a decir la resolución (de terminar). La dice, sí, pero una desgana atroz se ha adueñado de las palabras de Pavese. Desgana y desorden. Telegrafía.

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(Pseudoconfesiones)

¿Para qué voy a quejarme de mi poca cabeza? Cuando me tocó en la fila, el cocinero-dios metió el cucharón y no fue muy generoso con lo que me puso en la escudilla. Esto no me tiene que preocupar. Lo que sí me preocupa es es la falta de memoria y de orden (¿son distintos?; ¿la tercera regla del método no traza el camino ideal de la memoria -asunto que luego se explicita en la cuarta?), lo indefenso que deja (cara de bobo insondable).

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Escribirlo da el sucedáneo de orden. Pero me pasa con la hoja-pantalla como con los viajes: el mar oleoso me tira para atrás y ceso/cejo en el empeño. Cobarde no, deprimido. Bartleby(i)anamente imposibilitado de ponerme en marcha y salir de mi mundo pequeño.

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