12 de septiembre de 2008

Satisfacemos nuestro deseo...

... negándonos. Negando hasta el objeto mismo que induce la intención de querer algo /el arquero que desplaza la diana, para no dar en el blanco y contraer pesadas obligaciones nuevas/, y que logrado produciría el mismo desconsuelo. Entrando por todos los lugares de la casa, hasta la habitación recóndita de las siete llaves y los secretos. Al entrar allí, acabamos con la fuente ultima de los deseos: nuestra disposición irreductible a amar, y con ello a recaer en la rueda del dolor. Sucede una gran paz a esta guerra intestina que nos ganamos a nosotros mismos, perdiéndonos. Un segundo apenas, porque de la opresión cordial, sin espíritu que medie, cumple dar noticia en resecas proposiciones que celebran la nada del tiempo, del anhelo que se anima al negar, brotando de la muerte reiterada de los días. Así, la herida misma es tinta (hemas kai tropos).

PS. Hemas no, aimás! I.e., "sangre/herida y figura/imagen".

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