9 de septiembre de 2008

El votante y el indeciso

Al doblar la esquina, en un lugar de sombra más pajiza que la luz que la provoca, se trafica con sustancias prohibidas. Se acercan los clientes y, contra entrega de su-alma-un-voto, reciben una bolsita pequeña con los mágicos polvos del olvido y la esclavitud. Un hombre que los mira hacer desde la otra acera, a escasos metros del lugar de compraventa, no sabe todavía a qué partido votará.

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El mayor peligro para el votante, que luego normal y finalmente muere, está en el momento en que se queda hipnotizado por la mirada -bella y mortal- de la cobra, mientras se olvida de que de su boca (de la boca de la cobra) manan palabras arteras que él asocia con la belleza de la mirada, y que por esto le convencen. Está perdido. Más cuando las cobras se asocian.

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