Al doblar la esquina, en un lugar de sombra más pajiza que la luz que la provoca, se trafica con sustancias prohibidas. Se acercan los clientes y, contra entrega de su-alma-un-voto, reciben una bolsita pequeña con los mágicos polvos del olvido y la esclavitud. Un hombre que los mira hacer desde la otra acera, a escasos metros del lugar de compraventa, no sabe todavía a qué partido votará.
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El mayor peligro para el votante, que luego normal y finalmente muere, está en el momento en que se queda hipnotizado por la mirada -bella y mortal- de la cobra, mientras se olvida de que de su boca (de la boca de la cobra) manan palabras arteras que él asocia con la belleza de la mirada, y que por esto le convencen. Está perdido. Más cuando las cobras se asocian.
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