... en la triste ciudad del interior levantino las autoridades se hubieran dedicado a plantar árboles en lugar de farolas, podría acogerse a su sombra el viajero o caminante que en esa ocasión hubiera tomado la decisión de ponerse en marcha -decían que decía aquél que en su juventud había escuchado los truenos de una tormenta cercana (los sonidos de Nietzsche que escuchaba en los libros que leía: una vez que ya estaban todos los animales recogidos en la granja).
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-Dios mío, este hombre habla como en los libros y piensa como en ninguna parte ( = es algo tonto).
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Fleur Jaeggy, El temor del cielo: a propósito de la inteligencia que el lector buenamente pone en las páginas de sus ojos, casi diez años después de pagar las 1600 pesetas de finales de siglo que costaba el delgado libro de Tusquets, he terminado la lectura de todos los relatos. La señora Jaeggy tiene fama de podar la escritura, y de someter a rigurosos test al viajero que se acerca a su casa, a su libro---
Algo de eso debe haber, pues comprendo que me pierdo en el laberinto y no sé si salgo ni cómo---
Llevado que he sido al libro de Jaeggy por las referencias admirativas de Vila-Matas en Doctor Pasavento, me hago la intención de leer, si lo encuentro (Tusquets, 1991), Los dulces años del castigo, que es el texto mentado por el escritor catalán (creo), de tema que forzosamente me tiene que interesar: la educación (cerrada) y la forma adquirida de la identidad---
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Irene Lozano en el cultural de Abc de ayer ("No se alarmen"):
"En uno de /los programas de/ pseudodebate veraniego, introducían el otro día a uno de los invitados diciendo: «Tenemos en el plató a... no se alarmen... un filósofo». Me quedé a ver la cara del temible espécimen y les aseguro que era un hombre normal, incluso apacible: no gritó ni una vez."
Eso es porque no dieron con una persona suficientemente educada: yo habría gritado humildemente. Pues soy una persona obediente y respetuosa de los señores. Item más: al que todos los vecinos consideran un buen ciudadano, una nulidad callada.
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