31 de agosto de 2007

Final de agosto

Relectura, pienso que poco productiva, de El mal de Montano, de Vila-Matas: autor que me parece un digno ejemplo del problema de la plasmación narrativo-ficcional del estatuto metafísico del nuevo sujeto.

(Dicho en los términos eclécticos e ilustrados -educadísimos- de la enésima modernización y progreso com-prometidos por los políticos: "¿Queeé paaasssa?".)

El personaje "en primera persona" no es lo que es, o no quiere serlo: no es el hijo, no es el amigo, no es el autor. Quien resulta radicalmente puesto en cuestión es el narrador y todo lo que va sosteniendo: verdad, invención, juego, seriedad. Y se desfigura al personaje protagonista moviéndolo continuamente de lugar: Barcelona, Valparaíso, Lisboa, la isla de Las Azores.

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Dos ideas, a partir del libro de Vila-Matas (soy muy pobre de espíritu):

a) El diario se constituye como la unidad elemental del texto autobiográfico, al asentar la posibilidad de significado vital en unas coordenadas espacio-temporales manejables... hasta que decide subvertirlas, así como la identidad personal que las va atravesando (invasiones de la memoria externa, presencia de dobles)---

b) La dificultad pragmática de establecer la seriedad de los asuntos narrativos: es decir, de la crisis literaria como crisis personal, humana y humanista. El "mal de Montano" designa la invasión de la literatura por las peores tendencias mercantilistas, así como designa también el empeño inhumano de sostener la gran tradición literaria con las solas fuerzas, en una forma de quijotismo cultural que debe resultar patética: ridícula si es asumida seriamente en el mundo público, dignísima si es figurada intratextualmente. Esto es, si el heroísmo presentado es falso. Entonces, ¿cómo tomar en serio el texto? ¿Cómo evitar pensar que la crítica cultural forma parte de la misma masa acrítica de la cultura de masas?

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Quedan pendientes (para completar la tentativa autoficcional de Vila-Matas): París no se acaba nunca, así como Bartleby y compañía.

Y comparar (releer) con Sergio Pitol: El arte de la fuga y El mago de Viena.

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Empiezo a leer de nuevo El ayudante de Walser (ed. Siruela), libro que compré en 2001. ¡Cómo pasa el tiempo y amarillea el papel!

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