Escribir es un resto de alegría, y por esa razón representa también un resto personal de virtud (de esa actitud confiada que es el núcleo de las virtudes... teologales).
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El que está hundido no lo dice: de ahí la cualidad terapéutica de la/s palabra/s: para poder evitar seguir cayendo, en el pozo, en lo oscuro, en la miseria vital. De ahí, del silencio delator, también, la calidad de signo de las proposiciones. Creamos (en razón de esto último) en el rigor ético de la obra de Spinoza, que concreta en pasos medidos del discurso esa ecuación fundamental, infinita, que plantea: actividad = perfección = alegría ...
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