(24 de agosto de 2007)
Reciennacido, se le vienen las cosas al poeta, con sus nombres (la rosa se dice, sin predicado y sin sujeto, está ahí, pura, sin olor), pero sólo en las provincias en las que se entrega.
Delante del espejo, o en una tierra extraña, está muy por debajo de la tarea que podría encomendársele. Se tiene que considerar, en este caso, que él no ha ido al encuentro de los seres o que, por el contrario, sí ha ido, ha ejercido violencia y las palabras se le resisten (Ah!, las cosas, quería decir).
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Le vienen: ¿se le vienen encima?
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1. Se ha producido un desplazamiento, un deslizamiento demasiado acelerado en las relaciones de significación: el lenguaje refería primeramente a la naturaleza, como una muy útil herramienta.
2. Convivida, volcada en diálogo, la palabra se fue sedimentando como si fuera el lujo gozoso de las mentes (lo que muchos siglos después fue etiquetado como Espíritu). Cultura (sí) que, al hipertrofiarse, conduce al sujeto a tener que vivir en una superficie helada, inhumana.
3. El que vive vuelto hacia sí (de eso se trata, de la inflación reflexiva) ha conocido la locura y un extrañamiento peor -en algún aspecto- que cualquier exilio político (ha muerto para el mundo, sin motivos).
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¿Habremos de creer que ese personaje es el poeta, un condenado político, un solipsista, que ni siquiera ha inventado un arma de muerte?
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