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31 de mayo de 2020
Pudiendo ser amo, quién se deshonrará a sí mismo queriendo quedarse en la condición de esclavo, hacía como que se preguntaba a sí mismo Pascual el Magnífico, preso de todas las saudades y dolores del terruño que congrega la arena infinita en un territorio perdido de la mano de dios o del diablo. Y que siempre estaba la posibilidad de la escaramuza, del asalto traicionero. Alerta, siempre, sin pausa y lento, como se había hecho grabar en el escudo de su casa propia. Lo recordaba ahora, dueño de su existencia y tutelando la de los otros, mirando desde el otero hacia las personas que se movían como hormigas hacendosas, abajo en la distancia. En verdad, se dijo sin palabras, que el edil de obras es igual que quien escribe una novela y dispone de las vidas y haciendas de los seres que pululan por el cronotopo, viendo gozoso la amplia avenida y el agitarse de las palmeras con la brisa. La ola de satisfacción se deslizó, como era obligado, por su noble barriga patricia.
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