29 de mayo de 2020

Mauro Feynman, uruguayo. Este hombre, después de pasar su juventud y estudiar en Francia huyó a España por culpa de una disputa familiar, temeroso de ciertas insinuaciones de los agentes de la ley. Timorato y medroso como era, pese a que su vida algo viajera y hasta nómade presagiara lo contrario, dio con su carne y huesos en el sudeste peninsular, donde hacia finales de siglo pretendió opositar a cátedras de segunda enseñanza. En cuanto a las doctrinas, argüía el rioplatense con exhibida convicción, que los estudios clásicos y  la rebuscada erudición a la caza de libros viejos y textos raros, y a la inversa, había emponzoñado el recto ejercicio del ingenio. El cual debía dirigirse a obras de más calado industrial y menos oropel y diatribas de pelucones. No te alteres, Mauro, le reconvenían afectuosos sus deudos, que el positivismo que mamaste te sale a destiempo. Que los gramáticos también tienen derecho a comer. El personaje tenía también un punto de arbitrista. Fue uno de los primeros en llamar públicamente, en prensa y en plaza, la atención sobre la cuestión del agua en su tierra adoptiva. Decía, seguramente influenciado por su estancia gala junto al Ródano caudaloso, que cuando faltan estás arterias naturales que dan vida y riqueza, el artificio humano debe ayudar con un buen dotado sistema de acequias, y que en estos modestos regatos está el basamento último de la paz de la nación.

No hay comentarios: