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18 de mayo de 2020
Isaac Ponderosa, mecánico autodidacta, ingenio sin enseñanza, creía firmemente que una sustancia espiritual secreta rige los minúsculos sucesos y el orden frío de las estrellas, abrazándolo todo en una cadena invisible. Metódicamente, sin descanso y con la constancia que da el fanatismo sin quiebra daba en clavar sus ojillos golosos días y días, años y años, en árboles, motores y ríos, esperando que algún día se descorriera el velo y que los eslabones, deshecha la oscuridad, se volvieran palabra, fórmula y ley. En verdad que no hay vida que no haga lo que sea preciso por olvidar con empeños insensatos. Ni el agua ni el metal ni la vida silente van a confesar nada a los curiosos impertinentes. La razón está en otro sitio, alejada con cada una de nuestras palabras estériles. (Se puede imaginar, sin acabar de verle el sentido, en una flecha que sale siempre disparada hacia atrás, alejando el blanco cada vez más, como entre una niebla que va espesando las ideas. El arquero, entre tanto, se olvida de si, atrapado en la opacidad del sueño.)
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