Ramón Sánchez, descreedor lingüístico (si se dice no sabe, si se sabe no se dice) desde que un pariente suyo mallorquín vino a pasar las vacaciones en el desierto almeriense donde Ramón regentaba un hotelito, daba la murga de su descubrimiento fundamental a todo aquel que no quisiera escucharle. Tome usted un silogismo, decía, y recombine sus términos. Verá de ese modo que todos los europeos son atenienses, sin ir más lejos. También podría observar que todos los europeos son persas, como Montesquieu. Que los hechos notariados por la historia no se ajustan al silogismo trucado, peor para ellos. Quizás con esta razón fantástica se consiga multiplicar los mundos y realizar las metáforas, remataba Ramón, con aviesa ironía. Realmente, para lo único que servía su máquina permutatoria era para construir ristras de versos a la manera de multipremiados vates neoyorquinos, como los de ese libro gordo y medio desencuadernado que un visitante olvidado había dejado en la repisa de madera sobre la chimenea que había, a saber con qué función, en el salón de su establecimiento, RS Rooms & Languages SL.
Ps. De este mismo Ramón, o Raimundo, se decía que había pretendido estafar a unos turistas franceses vendiéndoles los derechos de explotacion del sistema de su invención, al que daba un nombre rocambolesco y no muy original, La Culte Derridaparle (o también, para los países de la Germanía, el Derridajargón).
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