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26 de mayo de 2020
Egberto Rodrigues fue un filósofo rural bastante desconocido que vivió en el Alentejo portugués, y que hacia los años 40 del siglo anterior, en una de las más largas noches de la humanidad, pretendió acceder mentalmente a las insondabilidades de la mecánica cuántica mediante el estrafalario camino del recitado de cierto libro divulgativo ad hoc trasladado de una manera más bien bizarra del teutónico parlar a la dulce lengua de Camoens (imp. Lisboa, 1938). Confiaba en que los secretos de esas mínimas estancias donde danzan las partículas se despojaran de sus siete velos, queriendo adivinar también lo escatológico de tanta estocástica ahí encerrada. Entregábase Egberto a esos eventos lectomeditativos en los espacios de ocio que le dejaba el sosegado rebaño de ovejas que apacentaba este cultivado pastor autodidacta.
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