Orígenes Sánchez, paraguayo de Asunción, aunque de innegables ascendientes galaicos, así dicho en sentido más bien laxo, sin compromiso de exactitud de los lugares, reputaba como su timbre de orgullo más personal una logomaquia que se había construido ad usum proprium. Según esa convenida doctrina, que quería beber del Timeo y otros libros paganos, y también de venerables Padres mal leídos, el fuego venía cíclicamente a depurar responsabilidades de las creaturas. El fuego a veces cobraba la forma de diluvio o de plagas. De la destrucción total, que en eso se epitomizaba la atroz justicia, emergía un orbe renovado e inocente, sorprendido de su ser. De un orbe a otro no quedaba memoria. Es así que Orígenes no podía dar pruebas de su pensamiento alógico e idiota, y por eso no le tomaban muy en serio en la pulpería donde ejercía su magisterio. Y también porque en el fondo temían que llevase razón.
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