Ni Nos mismos estamos seguros de los detalles de esta truculenta historia de la que supimos bicheando en el viejo arcón del altillo. Desiderio Putnam, según se cuenta, fue un inverosímil morisco (el nombre no cuadra) que vivió en Zurgena en los tiempos de Aben Humeya. No quedan sus obras, sino lo que dicen que decía. Habladurías muy poco auténticas de un tiempo legendario, al no tener seguridad de los años ni de su familia y oficios. Refiérese del mismo, según mis anotaciones, un curioso experimentun mentalis para debelar el torpe solipsismo, el cual ha servido para desvelar a este modesto intérprete en cuanto a su sentido y alcance profundos. Es el caso que el tal moro Putnam toma asiento en el conocido apólogo del príncipe y la rana. Acaece, y aquí anida el quid o seronoser del asunto, que Desiderio no carga la prueba desde el lado del príncipe, sino desde la parte del saurio*. Id est, no pertenece al príncipe volcado en rana convencer al interlocutor acerca de su autenticidad transaparencial: que es descendiente numerario de la casa de B. y pretendiente al trono de Polonia, por ejemplo, y no un bichejo inmundo con residencia habitual en el charco, sin más destino que cantar su lamento en los atardeceres resecos. Es la rana, contra todo pronóstico, la que se ve confrontada al imposible trabajo de mostrar al mundo, y de manera inconcusa, su vera naturaleza. Sería contradictorio con los eternos decretos racionales del Hacedor que una rana que fuera príncipe sostuviera esa misma proposición ante el mundo (o sea: que es natura principal en cuerpo de anfibio), concluye D. P. con diabólica paradoja, enredando el mismo ser y el decir divinos, y nublando las luces de los hombres. (Es lo mismo que sostener que al Japón se puede ir navegando hacia el Oeste, lo que ninguno de nuestros mapas permite.)
*Es un desliz taxonómico propio de la época.
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