No me veo, no me hago a la imagen, de vivir en torno a un castillo. Aparte del riesgo de entrar en él, y nadie podrá dudar ahora del parentesco de castillos y laberintos, se me antoja ingrata la existencia entre callejuelas estrechas y tortuosas que no paran de ascender. Sí, ya sé que las pequeñas tiendas donde se vende de todo tienen su atractivo. Pero yo prefiero el trazado rectilíneo, regular y afrancesado, aunque no me disgusta la piedra noble ni los adornos bien ponderados de las fachadas. Así me miro en un espejo de lo que no soy. Mi ciudad ideal, y por eso imposible, está trazada desde no hace más de dos siglos, sobre ruinas venerables. Una vega fértil la alimenta y los ciudadanos viven felices, con asumida resignación. Las campanadas regulares les muestran el orden verdadero.
Blogger me avisa de que las leyes europeas, Dios las bendiga, me obligan a que avise a mis improbables visitantes y/o lectores de que mi blog usa cookies, pero a mí su aviso, incompetencia mía, seguro, no se me pone en la cabecera
4 de noviembre de 2022
Dcnv
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