Los desobedientes, por curiosos, son condenados al trabajo. Para hacerles llevadera esa esclavitud cotidiana se les llena el fin de semana de ocio embrutecedor, anestesiante. Su liberación se alcanza con esa síntesis de trabajo y conocimiento, es decir, de aquello que les condenó, y que al término del proceso queda como meta final, y así tenemos a un dios autosuficuente que se autorreconoce. No se llega al acto puro más que a través del recio camino de la negación.
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