De entre las ciudades donde no viviré, nunca debo olvidar a G., la primera de ellas. Recuerdo ahora la decrepitud tranquila y dulce de ciertas calles, el día de difuntos, las estrechas callejuelas apuntando hacia arriba en quiebros imposibles. Esta ciudad o parte de la ciudad es herencia. Lo dicen alguno de sus monumentos, y hasta el suelo donde se ha clavado la ciudad nueva parece que quiere dar testimonio de ello.
Pero ocurre que poseemos la memoria nada más que para corroborar el carácter irredimible del tiempo.
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