23 de octubre de 2008

Indubitabilia

¿Quién será maestro si no está dispuesto a aprender una vez más -de quien es alumno?

Evidente, ¿no?

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Cabeza cansada, como lo de la vista...

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Te acercas al capítulo del libro ("Auschwitz a juicio", en Responsabilidad y juicio) como quien está preparado para oír lo que muchas veces le han dicho, para encontrar algo así como reporterismo inteligente (aunque sea Hannah Arendt), algo como un tono menor de Eichmann en Jerusalén (que es Hannah Arendt en grande, y el texto es en grande). Sin embargo no hay esa pequeña medida que uno se espera o prejuzga; hay, al contrario, en apenas veinticinco páginas, al hilo de la crónica de un juicio a los criminales nazis, veinte años después, un texto excepcional y conmovedor, de veras emotivo, y un asombroso rescate de la humanidad en el reino del mal (en la persona del doctor Franz Lucas).

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Intentaba encontrar una razón o salida a la discusión que habían entablado los dos en mí, en la pequeña ciudad de dos de la que se forman, sumando, las ciudades grandes. Pero nos ocurre como al viejo primo Sócrates: no encontrar el camino. Es decir, que la discusión engendró una duda o nada---

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No se conoce lo justo -ninguna conversación te deja establecerlo-, y los mismos errores que tú cometas, inocentemente (¿seguro?), han de recaer sobre ti.

Sin que te esperes ni la lluvia ni los chaparrones.

En fin...

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Aparte de todo, hay días que el lenguaje -el sujeto se ha retirado a ninguna parte, o lo habrán hospitalizado- no te deja en paz: los términos retornan y retornan igual que objetos sólidos y muy pesados.

Imposible deshacerse de ellos, de su espesor, de lo que zumban, del ruido que fabrican...

Quizás no se ha dormido lo suficiente y se anda un poco zombi...

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Quien se atreva a decir que tiene la conciencia tranquila... es que no ha hecho nada en el mundo. ¿A quién le han librado de la obligación de tirar piedras?

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