Es realmente increíble lo modesto que soy, a pesar de lo mucho que valgo -decíase para sí el resentido, que alzaba un poco la voz para que lo oyeran. Será necesario que, en conmemoración de mi humildad, se erijan templos -continuaba el inventor de la religión. Aunque tendré que aliarme con los poderosos para que todos crean -continuaba, ya extático, el teólogo y utopista. No habrá que despreciar la espada ni el fuego -remataba el inquisidor.
[La misma persona, enredándose en su hybris (= chulería).]
Pd. ¿Cómo no iba N. a escuchar estos susurros intemporales de las almas que se quieren nobles?
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Sísifo en la cruz.
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