9 de octubre de 2008

En buena ley

Quien es feliz, no escribe: la naturaleza economiza, bloquea gestos innecesarios. No permite que un ser se distraiga: si el conjunto de los hechos y la interpretación de ellos producen un estado de contento (de sí), la escritura, entonces, no añade nada nuevo.

(Como la invisible diferencia entre los táleros reales y los táleros posibles. Aunque lo invisible, en la prueba ontológica y en la felicidad permitida, sea lo único real y estimable.)

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Un apunte de idea, que nada significará seguramente: el silencio final del Tractatus de W., qua prohibición de hybris epistémica, de un más allá metafísico de las proposiciones isomorfas permitidas o enunciados cuadros de lo real, deberá prolongarse en el programa filosófico de una segunda parte: el cual, a la manera de la crítica segunda de K., el hombre de K., enunciará, por lo menos, las exigencias eternas de ese silencio. Una crítica de la práctica lingüística, que muestre en la vida lo que la ciencia se ha prohibido al cerrar la puerta de las ambiciones. Así, igual que la razón no puede quebrantar su disposición a levantar el vuelo, el lenguaje no quiere renunciar a callar [perdón!: a hablar] sobre lo justo o lo santo.


J. J. Acero, Filosofía y análisis del lenguaje, Cincel, 1985, p. 91; reed. en 1994, Eds. Pedagógicas. Qué buenos recuerdos!

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Pureza: icono de una nieve que es blanca eternamente y verdad en nuestra teoría, como lo quiere Tarski.

1 comentario:

Egoficción dijo...

¿Por qué citas a Stalin? ¿No recuerdas lo poco y mal que contaba? ¿Recurdas, yo lo sufrí, su falso rigorismo ético?

Cosas mías. Salud.