(22 de julio)
Debía atraerle bastante la figura del sabio, su santa indiferencia hacia el tormento de las pasiones, viéndose él en el espejo perfecto de un mar en calma, de aceite azul; o perdonándoles la vida igual que un matón de esquina a su víctima, tantos pasos ella por debajo de él con su boquita pintada de asco y dignidad. Alli el estoico, aquí el epicúreo. O eso pensaba, recordado de su vida anterior.
Le atraía a él, a X, recién salido de las páginas de la Krv, de un edificio de renta antigua de las ideas, y que se había tenido que acostumbrar a compartir con las telarañas y con el polvo.
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