(Ricoeur about N. Frye y F. Kermode, en Tiempo y narración, II)
Pongamos que la obra se va sucediendo a sí misma en un tono cada vez menor, que el narrador que principiaba su tarea admirando a su personaje divino acaba despreciándolo, desterrándolo al submundo. En la presencia de cierto orden, aunque sea decadente, que pertenece a la obra y a nada más, en la medida en que se cobra conciencia de ese -por así decirlo- desarrollo, para de esta manera poder limitar los daños; ante la realidad de ese orden en espiral hacia abajo que nos presenta la sucesión histórica de los relatos, cabe ver, según Frye, el "a pesar de todo", la esperanza.
Pero si el mito permea el relato, si lo hace con la ambición y la vista puesta en el apocalipsis, ---
(Por la tarde)
--- en tanto crisis y resolución inminente del fin, el descrédito de esa creencia, su reducción histórica a un fin inmanente, puesto que se sigue conservando (y ahora más que nunca) el lazo que une la letra y la salvación, la poesía mundana con el espíritu sagrado, ese descrédito (en tanto crisis inmanente de un apocalipsis que nunca se resuelve ni libera al hombre) se abate por entero sobre el relato y sobre el lenguaje que lo soporta.
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