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1 de septiembre de 2010
En efecto, II
Al ojo del convaleciente cualquier acontecimiento le parece novedoso. Así, al cruzar la avenida en obras me quedo mirando la cabeza de la mujer, sentada en su silla delante de la puerta de su casa, justo al lado del banco de piedra donde hay otras dos personas sentads que conversan con ella. Me aguanta la mirada, y no debe ser fácil: la mujer no tiene casi pelo y no cubre su cabeza, desde hace tiempo no cubre su cabeza. Desde hace tiempo debe estar mal. Yo la miro como una condena, pero no puedo evitar que sus ojos me comuniquen alegría. De esa manera lo siento, de esa manera lo digo.
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