A mí el párrafo que sigue, de Georges Perec (Un hombre que duerme, ed. Impedimenta), me parece estupendo. Yo querría escribir algo así por mi cumpleaños. Perec tenía treinta años cuando apareció el libro, en 1967:
"No es que detestes a la gente, ¿por qué tendrías que odiarlos? ¿Por qué tendrías que odiarte? ¡Si al menos esa pertenencia a la especie humana no viniera acompañada de este insoportable jaleo, si al menos estos pocos pasos irrisorios que hemos dado en el reino animal no tuvieran que pagarse con esta indigestión perpetua de palabras, de proyectos, de grandes comienzos! Pero se paga un precio demasiado alto por estos dos pulgares oponibles, por la posición erguida, por la rotación imperfecta de la cabeza sobre los hombros: ¡esta caldera, este horno, esta parrilla que es la vida, estos miles y miles de requerimientos, de provocaciones, de amenazas, de exaltaciones, de desesperaciones, este baño de obligaciones que nunca se acaba, esta eterna máquina de producir, de triturar, de engullir, de superar baches, de volver a empezar de nuevo una y otra vez, este dulce terror que insiste en regir cada día, cada hora de tu ínfima existencia!" (pp. 39-40).
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