No fueron dichas para ti. Decretadas por un engaño el destino, de esa lluvia inesperada tú te tuviste que quedar con la promesa de las flores. Pero las flores se marchitan, y encierran al caminante en su hálito venenoso. Lo condenan a no nacer nunca, a ser entre dos mundos, a la angustia.
El caminante se interna en el bosque, y sueña que habita en un palacio de salones vacíos que retumban. Este bosque, palacio: su alma, un ruido de voces entre tanto ruido. La ruina de las promesas, un despertar incierto a las realidades, de las realidades.
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