Entre otras muchas, del saco he extraído ahora ésta. De si no suscitaremos acaso los acontecimientos de nuestra pobre y terrible vida con el único fin de tener materia que contar, de alimentar el Diario. De este displcer masoquista ya escribió U., a propósito de uno de los clásicos de la escritura de sí, creo que Amiel.
Una materia con la que poder alimentar páginas incendiarias. Ninguna humillación es suficiente para este fin. Quiero decir... que se da una proporción inversa entre lo miserable y rastrero del hecho -nuestra conducta, nosotros, nuestro ser en el mundo- y la satisfacción que produce la entrada del Diario. Podríase decir que uno se revuelca en mierda para alcanzar la gloria. No te gusta, sin embargo no te queda, lo sientes así, más que arrojarte al pozo negro, tienes que hacerlo. Después de todo, las páginas quedan tan negro sobre blanco y puras en la página inexistente.
Reincido... una materia en bruto que rehúye cualquer forma, que aborrece cualquier estilo. Un incendio arroja llamas más bellas cuando mayor es la corrupción que depura. De la magnitud de la llama, que se va recogiendo con metódica periodicidad de escolar aplicado -un poco gagá y enemigo del turismo de masas-, de este asalto cotidiano que emprendemos contra nuestra propia razón, emana la única forma, estilo o individualidad que admitimos. El humo sacrificial de nuestro pobre -horrorizado- existir arrasador.
A pesar de todo, somos capaces de emocionarnos un poco a causa de los gatos que huyen de nosotros en las aceras, sin motivo, y por las niñas pequeñas que juegan en las puertas de los locutorios. Resabios de Pessoa.
Así sea.
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