28 de junio de 2008

Eleuthería

Advenedizo en el privadísimo club (tan privado que cuando hace calor fuera no hace calor dentro, aun abierto al mismo aire y sol), no sabía dónde sentarme. Sí. En estos lugares soy culpable. En el espacio se extiende la culpa. Del hombre es la ignorancia y el error que hacen daño y secan vergeles.

***

En un pequeño y maravilloso libro de Rilke (Historias del buen Dios, Montesinos, 2008) voy comprendiendo (quizás me convenga) que en la pobreza (comparativa, no en la indigencia extrema que mata y denigra; como si de un desprecio de la leisure class se tratara), en la falta de orgullo y vestimentas internas y externas que esconden, se cifra la verdad que conviene al buen dios, que por ajustarse a la vara del bien es ingenuo y torpe en sus manejos creadores.

Sócrates en su hades protesta: porque él concibió que la verdad haría libres y felices, y que esto mismo era lo bueno. Pero, según entiendo lo que leo en Rilke, lo bueno hace patoso incluso al hacedor, tornándolo de padre airado en abuelo memorable.

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El hombre y el ánimo:

Animal sin deseos, póstumo,
animal de letras.

Existir tu desgracia.

Si fuera.

Por alguna conjunción
de átomos y genes.

[Depende la alegría de una necesidad anterior que se depositó sin razón. Estado de-yecto.]

...

Quiero decir que el maravilloso jardín (toda Atenas lo era, en nuestra idea) dependía (¿por qué lo digo en pasado?) de esa poética cualidad de la gravedad de los átomos, cayendo con tal o cual inclinación.

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