A mí no me gusta ser desordenado ni los despistes: este no estar estando me hace infeliz -sostiene.
Le gustaría exactamente lo contrario: tener vista de rapaz de altísimas cimas y paciencia serpentina. (De los astutos surgen los principios morales y otras maldades. De los intranquilos, nada. Aunque reconozca que esta ambición -si se tuviera- revela estupidez: se poseen las palabras sin títulos de propiedad, en préstamos indefinidos -borrosos- entre los hablantes, de los hablantes.)
No, odia el desorden: pero al amar la realidad, que se hace sentir en cualquier momento, se ama en sus contradicciones, él mismo se ama---
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De caza:
Ajmatova/Tsvetaieva, El canto y la ceniza. Antología poética, DeBolsillo.
Elytis, Dignum est y otros poemas, Galaxia/Gutenberg.
Rilke, Réquiem, Hiperión.
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Ah!, que no se me olvide:
Envidia -él- a los seres felices y bellos que ve allí. Nunca podría ser uno de ellos, ni a ellos mismos se les da un ardite de su presencia.
(En efecto, nadie que piensa en nada tiene que ser eternamente distinto y enemigo del sujeto que crea predicados, de todos los agentes y el -su- mundo. Mierdra, que decía mon père Ubú.)
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De los felices se acaba sintiendo asco y cansancio (su suma da el hastío). Realmente los escritos privados sirven mucho más que los paraísos artificiales de bestseller. Lo que es evidente, aunque se olvida a menudo.
Ficción, no: él quiere verdad; si bien hay que extraerla de la información emponzoñada por las agencias (políticas). Si hay una verdad está en la irreverencia suicida de Mandelstam, llamando asqueroso a quien lo es (que por eso tendrá que ser un dios para otros -el apestoso, no Mandelstam), en la prosecución de una información pura qua verdad: que le cuesta la vida.
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