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1 de septiembre de 2010
Voy
Voy por una calle y no comprendo los rótulos. Están escritos en un idioma extraño que soy capaz de leer, pero que no me dice nada. Viene del interior de los edificios cerrados el sonido de una música, y tampoco me dice nada. Acompaña a unos gestos que yo ignoro, porque no me han hecho participar en ellos. Un brazo, allí donde arranca y donde es más dulce (yo no sabría ver la sombra en ese brazo), una mejilla, luego. Pero antes, dos velas encendidas, una promesa y el miedo. (Ya digo que voy por una calle y que yo no participo, pero me lo puedo imaginar. La representación, un palco, el giro lento de un brazo, los ojos de él, maravillados.) Dos velas encendidas, una promesa, un soplido mínimo y suficiente: la declaración o la renuncia. Un segundo después: un hombre que abre la puerta y agacha la cabeza, rendido. El mismo brazo que se levanta, atrayendo, una mano, una mejilla rozada por un dedo. Pero ya digo que yo voy por una calle, distraído por mis pensamientos, intuyendo que es la misma la música de la representación y la de los amantes. Pero yo no participo, a causa de que sus gestos están realizados en un lenguaje extraño.
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