24 de enero de 2009

Stendhaliana

Fingiendo creer, también diciéndolo, que no se cree que otro tenga interés por uno, por ti o por mí, limitándonos, a ti o a mí o a él, lo que sabemos del carácter y los hábitos, de esa identidad que se nos ha ido quedando en la cara, pegada a la piel, sosteniendo muy plausiblemente que el defecto que proyectamos es el defecto que no queremos, porque tan familiar nos es, negándole el nombre a las cosas, por el miedo de vivir o de no vivir, yo mismo estoy aterrado cuando deletreo, v-i-d-a, por la idea de no llegar, ¿adónde?, de truncarte como una flor joven, por la idea, ahora mía, de que una persona a cierta edad ya puede morir, intuyendo real lo que aceptó no hace tanto como su posibilidad más propia, la mortalidad, en un plano filosofante que ahora mismo no tiene sentido, complicando la argumentación de esta manera, con cláusulas enroscadas igual que serpientes, por medio de proposiciones matriuskas, ¿con qué cara y con qué razones voy yo a tomar una decisión o voy a tomar otra? ¿Conozco yo siquiera el significado de la palabra "decisión"? Yo, que tan injusto he sido y tan errado.

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