30 de enero de 2009

Paz, piedad, perdón

Variación sobre la tarde:

En la colmena del mediodía los ángeles trajeron su miel. Quiero decir que estalló el silencio -solas las máquinas diciendo su íntimo runrún de electrones-, que sus ondas nos arrebataron. Quedó sorprendido el mundo: admirándose los seres de su común presencia. Pudimos reflexionar.

Colmena de la tarde: J. Torres Bodet.

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En los casi mil días de fuego, de sangre y de ruinas que tanto daño nos hicieron, hubo en la pequeña aldea quien se escondió de las tropas regulares e irregulares del ejército republicano. No sé si olor de pólvora habría allí, pero los ecos llegaban y las acciones se correspondían a lo que pasaba en el mundo mayor de más allá de aquellos cerros acogedores. Allí, en secretos agujeros, pasó el tiempo de la guerra el hombre de la casa de pupilaje.

Uno de tantos de aquellos días fue un miliciano a la casa. Le preguntó a la muchacha que si tenía armas escondidas el propietario. De esto se seguía acordando ella muchos años después, cincuenta o sesenta; con cierto rencor, pues el miliciano era conocido. También de los dos hermanos suyos que murieron, y de la punzada que me impidió pedirle que me informara más. A ella, a la muchacha que luego fue mi madre, también le quedaba poco tiempo. Ella, no yo, que solamente noté un pudor extraño, debía saberlo. Lamento mi inconveniente pudor, un error más, pero más lamento esta memoria floja que tengo, suponiendo no sé si con razón que si tuviera los hechos claros, no me habría de faltar humildad y franqueza para referirlos. Pues yo, antes que otra cosa, soy lo que oigo, lo que me queda de lo que me dicen.

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