Para el ánimo plano no resta ambición alguna, sino la pura reflexión: la visión de lo proyectado en el espejo por una luz ajena. En lo proyectado no se incluye él, sino el mundo.
Lo que vale para el espectáculo del mundo, vale también para la interpretación de textos: se comenta la autoría, la obra de otro. ¿Que otra acción sería factible en este tiempo infame, que diría L. Bloy?
Solamente desde una muy considerable mala fe (no puedo admitir los autoengaños: nadie va contra su interés egoísta) puede defenderse la idea de que el texto de ficción siga siendo posible.
Cada vez se valora en mayor medida el locus amoenus. No puede estar en una ciudad, ni aunque fuera en un rascacielos. Demasiada grosería en las formas de trato: la moda juvenil, las maneras juveniles, son abominables. No rebeldía, que es frescor vital. Barbarie.
John Berger, Un hombre afortunado: extraordinario libro. La crónica -casos clínicos narrados y dialogados- de un médico rural inglés en los años 60. Asombroso. Verdad y piedad.
Voici: Enfermos y enemigos.
Cuarto año. Ça, que siga escribiendo, depuis quatre années, moi, que je suis l´inconstance même, c´est vraiment très ettonnant. Empezó como reacción vital en un tiempo vacío, como una compensación sustitutoria.
El oculto anhelo de la mid-cult: que los saltos de esquí se efectúen con los movimientos inducidos por la música de Strauss.
Los paisajes europeos, en el entreacto del concierto vienés de año nuevo, engañan un momento. Nada más. Riberas del Danubio, lagos plácidos, Alpes: se oculta el lugar de muchas infamias. La música aplaca el dolor: en el corazón de los oyentes de la víctima.
El psicoanálisis contiene muchas y diversas semillas de verdad (¿será el sens commun?). Lo sé por mí: los traumas infantiles asoman incompasivos en el horizonte y en la presencia actual misma del hombre maduro tímido y descreído.
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«[Craig Venter] Ha aludido en privado a que el resultado de este importante progreso científico, si tiene éxito, lo cambiará todo.»
¿Qué es lo que va a cambiar? No cambiará nada. Si lograra la especie la inmortalidad, no por ello estaría arreglada la cuestión de su infelicidad.
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Equivocarnos nos avergüenza. Entonces surge el mayor peligro, la voluntad de tener razón. Esta voluntad introduce la contradicción (el deseo, lo impuro) en el interior de la misma razón. Como tal voluntad, tenemos que despreciarla. En su lugar tenemos que buscar la honradez intelectual: la confesión del error, y en su reverso encontraremos una verdad que no nos esperábamos. Amén.
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