Estoy en el centro del escenario conduciendo la gala en la que se anunciará a la ciudadanía reunida en una plaza inmensa la llegada del lobo, el cual hará acto de presencia. En su lugar aparece alguien casi idéntico a M. A. Revilla. Echo mano de oficio y les digo aquí tenéis al lobo. Algún escéptico de la concurrencia señala la circunstancia un poco rara de que el lobo tenga bigotes, a lo que respondo (atrevida lógica de la inconsciencia) que todos los gatos tienen bigote. Es el mismo señor con figura de M. A. R. quien me salva del apuro, de que piensen que les quiero dar gato por fuera. -Yo soy el lobo, afirma. -Os lo dije, y no quisisteis hacerme caso, digo yo aliviado.
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