Los abogados de la cordura no encuentran el modo de hacer frente a la hybris escéptica del filósofo liberto Bob N., que admite la congruencia de apercibir por sensus communis que es un maestro destinado en la provincia de Córdoba (la de España, aunque él sueña con la otra), que debe madrugar y que se siente mayor, y que al mismo tiempo es una chola (un cerebro) en un lebrillo, habitante de un lugar bastante excéntrico de la galaxia de Andrómeda, que se aburre en un tiempo indistinto sin pasado ni mañana. Esta ubicua presencia de lo mismo, pero distinto, como si el dios hubiera jugado al postestructuralismo, quizás la desestimó Nietzsche cuando sobreestimó el tiempo sacrificando el espacio con aquello las repeticiones sine die de las existencias mundanas.
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