El camino para entendernos es contar, tramar las múltiples razones sin enmarañarlas, distinguir esferas y luego ensartarlas como en un juego de Boole, ese de los antiguos textos apaisados, y todo esto con el péndulo afilado amenazando las empresas.
Distinguir, y esperar que del cruce de los sucesos emerja un sentido y un yo decente, bien pasados los cincuenta.
A salvo de los errores no, sino que comprendidos en un glorioso momento sintético hecho de confesión y perdón.
(¿Cómo escribir un poema en invierno, ahora que los ríos están congelados?)
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