De lo cual hablábamos esta misma mañana.
Un nublado intempestivo con amenaza de precipitación se veía tras las ventanas abiertas, deshaciendo por un momento el bochorno anterior. La piel lo agradecía.
-En alguna obra oscura asentó el viejo maestro de la urbe la creencia de que los padres son figura visible de los dioses.-
No lo llegamos a decir, bastante fue entrar en una conversación privada. La hora invitaba, desocupados, meramente ser.
Lo que sí que fue apuntado en el acta de la memoria es la percepción común de orfandad, el hueco, la falla. Cualquier padre querrá esto para sus hijos, mejor cuanto más tarde: signo de decencia sería. No del hijo, sino del padre: trasmitir esa herencia que consiste en la libertad desolada sin nortes. En el sueño reaparecen los padres, pero es ilusión o falacia, fatua compensación de un cerebro o un alma (a elegir según ontoepistemología).
Quien vuele más que la luz quizás convierta el sueño en logro real. Lo común es saber estas cosas demasiado tarde (lo mismo que la luz o el mar, o los profundos y oscuros significados de la brisa), y tener que conformarse con el saber melancólico del omnia fugit, los ríos que son, el olvido que vendrá.
Luego, cada uno llevará sus cuentas: esto acerté, todo eso otro erré, así son los cruces de caminos y la debilidad de las almas. (Llevaremos calderilla para las indulgencias: nada de orgullo, entrega pura.) Mucho antes: descubrir el mundo, nombrarlo y deletrearlo, habitar al cabo un lenguaje que registre la indigencia..
No es fácil, después de los cincuenta, poder evitar las lágrimas, tan ridícula humanidad...
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