En esta cadena no confiamos, claro, porque vendrá la muerte, con los ojos que le convengan, miel o cielo, avisando lo justo, no avisando.
En todo caso, lo que a mí me parece acerca de esto que sostienes, amigo, es que se necesita grandeza de alma para encontrar la felicidad en una serie de errores. Un error es el juicio del tiempo, ejercido sobre un conjunto de impresiones. Pretendes que coleccionar esos juicios tan diferentes (ocupan toda una vida, si esta se entrega a la coherencia- a la vocación) produce un juicio final, el que salva. Pero yo creía que esto era en otro sitio, fuera del alcance de la reflexión. (En un futuro lejanísimo que quizás es pasado si es verdad que esto se repite, según estableció el quinto evangelista hace mucho ya.)
Ocupados, más que preocupados. Así nos queremos, se dice, en este presente. A punto de estallar nos movilizamos nerviosos, y damos la batalla a nuestro cuerpo, quizás ocurra al contrario, no te sé decir, en las playas del sur, estos domingos. Miel o cielo, marfil, son las trazas de la perdición, los rieles del error por los que se desliza el aprendiz. Pero pre-ocuparse es lo suyo, lo de cada uno, esta anticipación amarga, una enorme carga que obtura la fluidez de la acción, la risa y la inconsciencia.
Lo que a mí me parece... y es siempre la imagen de un camino que conduce al hostal, a la arena donde los niños corren alrededor de las sombrillas. ¿Seremos nosotros, los de la imagen, de camino hacia una felicidad ya perdida?
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