Escribir un libro de poesía pasados los cincuenta: No es fácil convencer al responsable del negociado, acerca de lo pertinente y hasta perentorio de este asunto.
El libro no contiene las andanzas de un ridículo corresponsal por tierras coloniales inglesas, ni los monstruosos engendros neuronales del autoproclamado rey de la Tierra, el magistrado S. (De S. se ocupó, inter al., F., S.) Su tema es mucho más modesto, pero igualmente pegado al suelo, que es donde se encontraron los libros reseñados. El poema pretende referir, de manera más bien libre, la poca seriedad o la falta de sustancia filosófica del personaje. Su pequeña tragedia es que él no lo reconoce, pero sabe que la impresión es producto de la imagen emitida. Signos malinterpretados en el final de esta era del fuego: lecciones que no satisfacen a su minúsculo, maltrecho, existente orgullo. Ha entendido en el libro sobre M. P. la continuidad desmoralizadora de los signos mundanos y eróticos. Ha entendido en el libro lo que la experiencia acaba entendiendo por sí misma: la burla es el resultado final del processus. El libro es un espejo, negro sobre blanco, donde las páginas son horas. Pero, ¿quién negará al cabo, la utilidad de estas conversaciones, que a costa del desengaño y un poco de desazón o malentendidos, van produciendo la única verdad? Decir que de una herida mana tinta es una forma ramplona de expresarlo. De una herida en el orgullo, y este tiene su sede en el cuerpo, lo que viene después es una atención más considerada al mundo bien estructurado: calles y sol, el tráfico y los transeúntes que huyen del calor y hasta de sí mismos, la cuenta del camarero, y la cuenta propia, como deuda.
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