El sujeto de estudio, pertrechado de tiza y de ánimo insensato, se dispuso cabe la pizarra a ilustrar al imberbe auditorio acerca de una de las paradojas relativistas, sin mediar demanda de dicho auditorio. Únicamente falta suponer c = a un número manejable por cerebros vanamente euclídeos y anticuados. Tal podía ser el grado mayor de celeridad alcanzado por el celebérrimo talgo que une habitualmente Almería con la capital en menos de doce horas y media. Esto es, unos 200 kms/h en recta que pica hacia abajo en lugar mesetario conocido, helador en invierno y lo opuesto en verano. Dispuso asimismo los otros elementos de la imagen, si bien torpemente trazados por mano temblona en el encerado venerable. El hombre sobre el tren, una linterna como la de Diógenes y el gracioso humo de la locomotora como una licencia poética. Solo faltaba la niebla para un Turner. Abriósele subitáneamente entre las mientes, empero, la misma duda de la otra ocasión, e idéntico terror pánico embargó su espíritu caído a plomo: se iba a liar, tú eres de letras, la vez que te habías atrevido lo llevabas preparado y eras más joven, quién te manda improvisar a tus años? Pero es querencia de la especie saborear una, dos veces y ciento el mismo acíbar, errar de nuevo el camino y embriagarse con idénticos abismos. Es así que el sujeto, o sustancia enseñante, empieza a notar cargados los hombros, apocada su estatura y trabucada e inestable la lengua. Debe volverse, confrontar lo real y de ninguna manera mostrar la verdad, y confesarla entre lágrimas si preciso. Eso nunca. Confía en lo de siempre, en la patada al balón que rompe el peligro del atacante, pero esta vez el pie va al aire y la pelota no quiere salir. Así pasa en los sueños, pero aun en estos cabe la apercepción del artificio, mientras que lo suyo es de este mundo.
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