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14 de junio de 2020
Junto al fuego, en la cueva, o en la choza o fuera de ella, que es una caverna vuelta hacia arriba, los homininos tientan con su boca los sonidos y con sus manos los signos. La voz se va, el trazo permanece. El hábito dura milenios, incontable e impensable para existencias tan breves. Ocurre de vez en cuando que alguien modula su voz de una manera agradable, y alguien con sus trazos obra lo mismo. Así que, en algún momento, de la duración desmedida de las generaciones de hojas en el árbol, y del milagro que obran algunos para satisfacción de sí mismos y de los demás, inferirán la existencia de un otro que no comparece y que si acaso deja su rastro en la gramática. Sé que la voz guía la mano (y los ojos y la memoria), pero me cuesta seguir el trayecto mental de Diego Berkelio.
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