9 de junio de 2020

Sócrates Escoliarca no lleva bien el procedimiento. Incluso ha tenido que dejar el football. Temporalmente. No entiende a qué vienen las acusaciones. Supo de ellas la misma mañana que se miró al espejo y notó algo raro. Llamaron a la puerta y les abrió, casi arrastrándose. Allí estaba, la notificación. Pero él siempre se había conducido con nobleza y elegancia en el campo de juego, respetando las reglas, lo mismo en la ciudad que entre los bárbaros. No hay juego si no hay manual de instrucciones. De eso siempre se mostró convencido y lo mantenía públicamente con orgullo. Quien busca la esencia del juego fuera de las reglas es un impío que no respeta ni a la ciudad ni a los ancianos consejeros. No lo comprende, lo del aviso, aunque en el fondo de su corazón, donde anidan sospechas y vislumbres varias, cree que puede que haya cometido el error del exceso de franqueza. Es como si un mediocampista suspende un momento la visión del juego que tiene encomendada, esa distribución fluida del balón donde se empiezan a ganar los matches, mira al cielo y le da por convertirse en árbitro. Pero tampoco es eso: quizás se limite el asunto a que quien piensa no actúa, y este pecado termina por inficionar al colectivo.

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