5 de junio de 2020

Sebastián Loev-Estró era feo. Sin resquicios ni segundas partes. De una manera sedicente y necesitarista, signifique esto lo que quiera. Condujo un turismo bastante rápido, la época que estuvo en Brasil. Las únicas flechas que caían sobre él eran las de la fría indiferencia de las damas de alcurnia y las otras. Como había transitado por la Academia o sus anejos, albergaba pretensión ideacional. Hoc modo, postulaba por un plus pulchritudinis existencial para los agraciados, en los juicios que los tuvieran por objeto. Siempre es más de lamentar el acaecer terrífico que sobreviene sobre una persona bella que el que alcanza a una bella persona. El apotegma gozaba del valor añadido del desinterés, inspirado únicamente, pese a la doliente autoconciencia, por la consabida identidad de bondad y belleza.

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