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9 de junio de 2020
Gregorio Job, avicultor, modesto empresario, está enfrascado en su paciente labor: se le ha metido en la mollera, lo que los viejos llaman andar con su títere, la idea de un opúsculo que ha de revolucionar la adormilada vida de estos pueblos. Medicina política, quiere intitularla, a su obra. Está convencido de que las gentes quieren sobre todo vivir en paz, llevar sus negocios (él ha sufrido aleccionadores tropiezos) y un disfrute modesto de los placeres de la vida. No están los tiempos ajustados a ese propósito. La discordia y el vicio asolan el país. En la última epidemia no se salió con más ganancia que la del odio de unos contra otros. Enfermos que salieron de enfermos, como quien dice, sin tener claro lo que quiere significar. Gregorio es paciente, hecho a lo que la vida le quiere dar, a sus burlas y veras (el negocio de la sesaduría salió mal, un chimpancé hubiera sido igual de incompetente), a sus trampas y tracerías. Él se limita a señalar que poco a poco y sin parar. A su obra se refiere, porque ve los males con plena claridad pero aún ignora los remedios. Confía, naturalmente, en que la sanación deberá ser drástica, y que ya no es tiempo de prevenir. Gregorio piensa mucho. Demasiado, según sus convecinos. No es extraño que se vaya haciendo enemigos que ignora; así, en silencio, con esas ideas que se gasta. El mundo gusta de los espejos, y en otro lugar no muy alejado otro trabajador medita en su propio libro, Política médica, una sátira de la vanidad y cobardía de los hombres.
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